El sábado pasado marcó un hito en mi vida. Un antes y un después.
Un día que me hizo dar cuenta que la tecnología nos ha jodido la vida y sin
electricidad no hay respiración que valga.
Vivo en un país fuera de lo normal, donde los avances
tecnológicos ya no llegan y lo poco que tenemos no se mantiene. La falta de
electricidad es frecuente y, aunque molesta, ya hemos codificado nuestras
mentes para estar “sin luz” una, dos y hasta tres horas, sin embargo me faltaba
vivir lo peor: ¡28 horas sin electricidad!
Sin teléfono, sin televisión, sin internet, sin DVD, sin
Blue-Ray, sin tablet, sin Twitter, sin Instagram, sin Whatsapp. Volví al pasado
y me di cuenta que la tecnología nos ha absorbido de tal manera que sin ella
eliminamos las ganas de vivir de nuestro cerebro.
Fue en ese momento en el que decidí tomar el primer libro
con el que me topara y sumergirme en él, pero los zancudos decidieron hacer de
mi cuerpo su festín y comieron y tomaron de mí lo que les dio la gana. Además,
el calor típico de la tarde me envolvió y me hizo sentir tal grado de
incomodidad que lancé el libro a un lado, lo cual para mi es sacrilegio, lo
cometí.
A la situación se le añade que vivo en un edificio y por lo
tanto si no hay electricidad no hay agua. Pensé en todas esas civilizaciones
primitivas en las que el agua potable no existía ¿Cómo hacían para pasar días
sin bañarse? Tenían ríos alrededor que los ayudaban, o mar. Yo no tenía al
alcance ni uno ni otro, ni una gota, nada. Deje de sentirme humana, me sentí
escoria, algo muy bajo.
Fue horrible, lo fue. La noche oscura se hizo día y con el
avanzar de las horas las esperanzas se perdían. Sola, sin mucho que hacer, sin
comida que preparar, fue un día en el que nada me distrajo de mi mente y
pensamientos, en los que reflexionar se hizo necesario y en el que decidí que
ninguna máquina se haría primordial en mi vida.
En la madrugada del domingo la electricidad volvió y, aunque
dormía, la sentí y no pude evitar levantarme de la cama, darme un baño,
encender el televisor, la computadora, cargar el teléfono, disfrutar del aire
acondicionado y así volví a ser humana, volví a ser yo, regresé al presente y
amé sus circuitos, amé la tecnología y me di cuenta que nací en el tiempo
correcto con circunstancias equivocadas.